Alumnos: como nuestro primer acercamiento a la Literatura serán los cuentos tradicionales y modernos, aquí les dejo algunos para leer. Cuando hayamos revisado la teoría, vamos a diferenciarlos en el análisis y comentarios que surjan en clases...Espero les gusten...
El PAISAJISTA
El ejército de un poderoso emperador
había conquistado unas tierras lejanas y desconocidas. Como el monarca no había
tenido oportunidad de verlas con sus propios ojos, decidió enviar a un
talentoso pintor, quien debería plasmar en un cuadro las imágenes que observara
en dichas tierras.
El pintor viajó días y días hasta llegar al lugar indicado. Una vez allí,
observó detenidamente el nuevo territorio; lo recorrió palmo a palmo, caminó
por aquella magnífica geografía sin que sus ojos perdieran detalle. Cuando
estuvo satisfecho, emprendió el regreso.
Sin embargo, al presentarse ante el emperador, no le entregó ninguna pintura,
ni siquiera un boceto. El monarca se mostró sorprendido y lo reprendió
duramente. Entonces, el pintor solicitó que le permitiera usar una gran pared
del palacio y que lo dejara solo hasta que el mural estuviese terminado. El
pedido fue concedido y así, sobre ese enorme lienzo, el artista comenzó su
trabajo.
La tarea le demandó varias semanas, durante las cuales el pintor apenas probó
bocado; durmió unas pocas horas, sólo cuando el agotamiento lo vencía.
Apasionado con su obra, mezcló colores en su gran paleta, combinó materiales y,
de ese modo, lentamente, la inmensa pared comenzó a llenarse de formas,
volúmenes, texturas, brillos, luces y sombras. Cada tanto, el maestro cerraba
los ojos para evocar el tono exacto de una montaña bajo la luz del crepúsculo o
el contorno de un árbol altísimo, de tronco rugoso y flores como perlas.
Aquella lejanísima geografía comenzaba a cobrar vida y penetraba triunfante a
través de los altos muros del palacio. Por fin, cuando la obra estuvo
terminada, el artista mandó llamar al emperador.
El monarca se presentó, seguido de su séquito,
y observó maravillado el gran fresco; mientras lo contemplaba, el pintor le iba
contando minuciosamente las características de aquel paisaje, la maravilla de
sus montañas, sus ríos, sus cascadas, sus bosques.
Cuando finalizó la descripción, el artista se acercó al muro pintado. Un
estrecho sendero aparecía en primer plano y parecía perderse en el espacio. El
monarca y su séquito tuvieron la impresión de que el cuerpo del pintor se
introducía poco a poco en el sendero. Inmediatamente después vieron cómo
caminaba por el paisaje, cómo el viento agitaba suavemente su cabello; a medida
que avanzaba, el pintor se iba haciendo más y más pequeño hasta que dobló por
una curva del sendero; entonces, lo perdieron de vista.
En ese mismo instante desapareció todo el paisaje y la gran pared del palacio
quedó desnuda, como si nunca hubiera sido pintada.
El emperador se dirigió a sus aposentos, seguido de su séquito. Todos estaban
en silencio.
(Cuento oriental)
El guante de encaje
Cierta vez un
paisano de La Aguada viajaba con su hijo en carro por el camino viejo que une
al poblado que llaman Capilla de Garzón con Pampayasta. Cuando iban pasando por
el campo de los Zárate, en el cruce mismo con el camino nuevo, una mujer muy
joven vestida de fiesta, los detuvo.
Aunque era muy entrada la noche, la habían visto de
lejos porque la luz de la luna era intensa y el color del vestido, blanco
brillante. -Mi novio se ha enojado conmigo y me ha dejado sola en el medio del
campo- dijo cuando el carro se detuvo- ¿Podrá Ud. llevarme hasta la entrada de
Pampayasta? Yo vivo allí.
- Cómo no, señorita -contestó el paisano, y él y su hijo
le hicieron un lugar en el carro. Viajaron en silencio un buen rato, hasta que
empezaron a hablar de cosas sin importancia, más por ser amables que por
verdadera necesidad de decir algo. En esas conversaciones ella confesó que le
gustaba demasiado el baile y que se llamaba Encarnación.
Era una noche de crudo invierno y la joven estaba
desabrigada. Cuando el paisano la vio temblar, dejo: -Convide, hijo, a
Encarnación con un bollo de anís y un trago de ese vino de canela que llevamos,
que es bueno para los enfriamientos. Y el muchacho le ofreció pan y vino. Ella
pegó un bocado grande al bollo y tomó desesperada unos tragos. Algo del vino
cayó sobre el vestido y dejó allí en el pecho, una mancha rosada como un
pétalo. - ¡Qué lástima! -habló ella- ¡Era tan blanco!
Pero siguió comiendo el bollo de anís con muchas ganas,
tanto que cualquiera hubiera dicho que iban a pasar años antes de que volviera
a ofrecerle algo.
Cuando llegaron a la entrada de Pampayasta, muy cerca de
donde está el boliche de Severo Andrada, les dijo que habían llegado. El
paisano detuvo el carro y ella bajó y fue corriendo a la casa de la esquina,
frente al cruce. Padre e hijo siguieron viaje. Habían hecho unas cuantas leguas
cuando el hijo vio brillar algo en el piso del carro. Se agachó y descubrió un
guante blanco de encaje fosforescente. Entonces se lo mostró a su padre y
decidieron volver a la casa donde habían dejado a Encarnación, para
devolvérselo.
Hicieron de regreso las leguas que habían andado, hasta
la zona del boliche de Severo Andrada, y se detuvieron en la esquina, frente al
cruce. Bajaron los dos, pero fue el padre quien golpeó las manos. - ¡Avemaría
purísima!- llamó como lo hacen los paisanos. Le contestaron los perros. Y
después, la voz de un hombre recién arrancado del sueño.: - ¿Qué se le ofrece?
- ¿Aquí vive una señorita Encarnación? -preguntó el
paisano. El dueño abrió la puerta. Estaba pálido. Y se quedó mirando a los dos
forasteros sin decir palabra.
- Venimos a devolverle un guante. Se lo ha olvidado hace
un momento en nuestro carro.- El hombre siguió mirándolos en silencio.
- No lo tome a mal -insistió el paisano-. Tuvo un
problema y nos pidió que la acercáramos. - El hombre seguía en silencio.
El hijo estuvo con la mano extendida, acalambrada de tanto ofrecer el
guante al dueño de casa, hasta que éste habló: -Es mi hija, pero está muerta...
ayer se cumplieron veinte años...
- Dijo que venía de bailar...- recordó el paisano-.
-Hace veinte años... - contó el padre- para el día de
Santa Rosa, murió bailando en las fiestas patronales. Del corazón, ¿sabe?
Los dos hombres que habían llegado en el carro, así como
estaban pegaron media vuelta murmurando una disculpa. Pero el padre de la joven
exclamó: - El guante... por favor. Es para llevárselo a la tumba. Todos los
años para la fiesta de Santa Rosa, se olvida algo en alguna parte y hay que ir
a ponérselo.
El muchacho entregó
el guante de encaje. Después alcanzó en silencio a su padre que ya estaba
sentado en el carro azuzando a los caballos.
María Teresa Andruetto